Inquieto, hiperactivo, irreverente, curioso, explorador y siempre cuestionando todo, así transcurrió mi infancia y hoy sigo igual, es mi esencia. El mundo es un entorno con infinitas posibilidades donde la creatividad no tiene límites, y por medio del deporte encontré una herramienta para canalizar mis emociones y compartir mi filosofía de vida. El amor como energía principal y el universo el interrogante que me mueve.
Antes de empezar a relatar mi vida como una novela de drama con nombres como Maria Juliana y Carlos Arturo, gritando “no me dejes por favor”, me gustaría aclarar que es mi primera vez escribiendo sobre mi vida para el público, mis pensamientos, mis sentimientos, mis emociones y todo lo que compone mi intimidad. Trataré de revelarlo todo, aunque la esencia quedará en mi mente hasta la muerte. Una última aclaración, más bien una norma, los nombres de personas que no aprobaron hacer parte de este escrito serán modificados para proteger su integridad, ¡no faltaba más! Por mi vida han pasado personas maravillosas y todas merecen solo gratitud. Ahora sí, adentrémonos a las profundidades de esta mente confusa, incierta, bohemia, melancólica, pero siempre filosófica. Espero entretenerlos y sobre todo que algo positivo encuentren para ustedes.
Un 17 de enero nacía uno de los seres que cambiarían la historia del mundo y su legado convertiría a la humanidad en una especie superior. Tranquilos, no soy yo. Ese, era Benjamin Franklin, que comparte fecha de nacimiento conmigo, pero en 1706. Me apasiona la ciencia, había que decirlo. Pero fue así, un 17 de enero de 1987, sábado, a las 11 a.m. una madre que entraba a parto por segunda vez, tenía a su hijo en la clásica clínica El Rosario de Medellín en pleno centro de la ciudad. Para quienes harán cálculos, soy capricornio, y poco o nada la voy con la astrología, lo único que tengo del signo es que soy loco como una cabra. Una vez afuera en este mundo ya caótico por la época de los 80 y 90, en quizás una de las ciudades más peligrosas del mundo había otro problema. El bebé era muy gordo y ya casi con 2 años no caminaba. El pediatra a quien recuerdo con mucho cariño (obvio no desde los 2 años), Marco Arango (QEPD), le dice a mi madre, “tranquila que va a ser muy alto”. Y así fue, caminé normal y crecí mucho, para sorpresa de una tía que continuamente asustaba a mi madre por mi morfología. Tía, tu sabrás quién eres, te quiero mucho igual.
Dicen los relataos mitológicos que la hiperactividad atacó de inmediato y le agradezco a mi madre nunca medicarme y respetar esa esencia exploratoria natural con la que venimos codificados todos los seres humanos. Dice Desmond Morris, en su libro “El mono desnudo” que a un niño se le debe dejar explorar y fracasar para que por sí mismo codifique y entienda los peligros a los que se sometera. Esto también, lo profundiza Reinhold Messner, en su biografía, donde les agradece a sus padres por permitirle entender que el fracaso haría parte de su vida continuamente para poder alcanzar el éxito. Así que gracias a mi madre por haberme defendido durante tantos años, ante médicos y familiares, sé que con mi personalidad los incomodé bastante, pero ahora no cambiaría nada de lo que hice, ni lo que soy. No me arrepiento de haber quemado el quiosco de la finca, de haberle tirado una piedra una prima, de molestar hasta el cansancio a primos mayores, de volarme, de esconderme, de romper vidrios, de salirme de clase para subirme a los árboles. De nuevo gracias por permitirme ser quien soy. Así que ya sabemos que no es nueva tanta inquietud y curiosidad por el mundo, por recorrerlo, por conocer, por aprender y analizar este vasto entorno de posibilidades infinitas.
Soy de una familia antioqueña clásica, donde no falta el trago, el juego, la psicosis, las quiebras, el tío gay y las primas, de ahí vengo yo. Pero no me quejo, a todos nos dieron las mejores oportunidades y esas situaciones sirvieron para entender que en esas generaciones, tenían que terminar ciertas taras. Es quizás por mi rechazo a ciertos comportamientos de mi familia, que me incliné al deporte muy joven, como un escape. De mis parientes cercanos que son unos 40, ninguno hacia deporte, la única había sido mi madre como ciclista en el equipo de Polímeros, empresa donde trabajaba.
Retomando el fracaso, al entrar al colegio, a mis escasos 6 años, los administrativos decían que aprendía ingles muy lento y sugerían que me cambiaran a otro colegio. Resulté hablando ingles como nativo, mis trabajos siempre han sido en este idioma y amo la cultura americana. De nuevo, gracias a la perseverancia de mi madre y un mensaje para quienes son nuevos padres, nunca acojan un estándar social o lo que oyen o dicen otros, como verdades para sus hijos.
"Todos somos únicos, el talento esta allí, es cuestión de entender y saber propiciar la herramientas necesarias".
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