En mi infancia, como suele ser normal en la de muchos niños, le temía a la oscuridad, estar solo no era una opción y me pasaba de cama frecuentemente a la de mis padres. A esa edad, estamos expuestos a muchas situaciones que sin saberlo afectan nuestras emociones y solo entenderemos años después. En mi adolescencia, bueno, la poca que tuve porque por situaciones de vida como la separación de mis padres me vi forzado estar solo, durante largos periodos en casa. Cuando la adolescencia llego ya era normal para mí estar en casa, así que no compartí mucho en esa etapa. Se puede decir que soy y seré un adolescente, es mi estado natural, me llego tarde pero llego. Pasaba las noches leyendo sobre música, bajando canciones de Kazaa, viendo documentales y hackeando computadores. No asistí a ninguna fiesta de quince y la rumba nunca me gusto a esa edad, los sábados ya estaban reservados para hacer deporte así que sentía más emoción en madrugar a buscar nuevas experiencias que pasar un guayabo todo el día.
En mis primeros años de expediciones en bicicleta los celulares aún no se popularizaban, así que en los pueblos llamaba de teléfonos públicos para avisar que estaba bien y que ya iba de regreso. Así entonces, a mis 14 años ya me encontraba solo pedaleando y con mucho tiempo para meditar, hacerme preguntas y dejar que mi imaginación se liberara. En la soledad encontré gran consuelo, nadie se oponía a mis ideas y podía pensar para mí. Lo empecé a disfrutar, a estar solo, a probarme hasta donde podía llegar sin la ayuda de nadie. Así entonces desaparecieron, todos los temores, como dice el viejo adagio, “si tienes miedos afróntalos”, sencillo. La soledad fue la responsable de mi amor por las largas distancia, esta sensación de estar solo, como si nadie más existiera en el mundo se volvería una droga que hoy en día aún no supero y no lo pretendo hacer. Es sin duda una de esas sensaciones que por lo menos una vez al año debo experimentar, sufrir por varios días en soledad.
La soledad me enseño varios valores, la responsabilidad, la prudencia, a desconfiar para confiar, la precaución, planificar y pensar en todos los posibles escenarios ya que es uno mismo quien soluciona todos los problemas. La soledad no da opciones o superas el obstáculo que se tiene en frente o allí te quedas, te podrá golpear y dejar en el piso pero, la única salida es levantarse y seguir adelante, en otras palabras la soledad te da coraje. El tiempo a solas permite entrar en estados profundos de introspección, analizar una y otra vez comportamientos propios, decisiones de vida y planificar próximos proyectos. A la vez en estados de confusión, dolor y mucho sufrimiento la soledad me lleva hacer promesas para luego darme cuenta que cumplo muy pocas. Muchas de ellas prometen no intentarlo más, no sufrir tanto, pero fallo en cumplir.
De mis aventuras en soledad la más extensa han sido 26 días cruzando Estados Unidos en bicicleta. Allí lloré como nunca, sufrí y me dolió todo durante días (escribiré de esto más adelante). De todas estas experiencias algo si me ha quedado claro, que así como he obtenido grandes lecciones y valores también hay una gran conclusión, compartir con otros esos momentos de dolor y sufrimiento son la esencia de la vida, se forjan grandes amistades y los recuerdos darán vida por años a venir. Cuando se comparte con alguien hay una energía de unión incontenible como un enlace covalente donde se comparten sentimientos y emociones sin necesidad de cruzar muchas palabras, el solo hecho de vivir juntos experiencias llenas el alma de felicidad y libera el espíritu.
Comments